Por: L.LE. Natividad Tepetla Vázquez
Los pueblos del México antiguo tenían como principal actividad económica la agricultura, razón por la cual conocían a profundidad las estaciones del año y sus fenómenos atmosféricos que les indicaban en qué fecha sembrar y cuándo cosechar.
Para que la tierra diera sus frutos era imprescindible la lluvia, a quien los indígenas realizaban ciertos rituales –como el sacrificio de niños– para obtener sus dones a través de la representación divina de Tláloc («el que hace brotar»), encargado de crear los fenómenos naturales benéficos o destructivos como el granizo, las inundaciones y los huracanes.
Este dios no lo era sólo de la lluvia sino también de los cerros y la tierra, relacionándosele íntimamente con el rayo, la tormenta y todos los fenómenos atmosféricos, además de tener como símbolo a la serpiente. Se decía que el dios guardaba celosamente las aguas en grandes ollas o en los cerros; sus principales ayudantes eran los tlaloques, que simbolizaban a las nubes, llevando en sus manos una vasija y un bastón que utilizaban en sus labores. Cuando éstos peleaban entre sí, rompían las ollas con los palos, produciendo entonces las lluvias, los truenos y los rayos; de aquí se cree proviene la expresión: «llueve a cántaros», aludiendo a que los cántaros del dios Tláloc han sido rotos.
Este hecho presenta un paralelismo con el fenómeno conocido dentro del catolicismo como «cordonazo de san Francisco» relacionado igualmente con la estación de lluvias, la cual inicia a partir del 15 de mayo y por lo general culmina entre el 1° y el 5 de octubre con un terrible huracán que ordinariamente sopla el 4, día de la fiesta de san Francisco. Muchos creyentes lo explican como el hecho de que san Francisco le da un latigazo a las nubes con el cordón con el cual ata su hábito y les sacude toda el agua que guardan, provocando fuertes lluvias acompañadas de rayos, truenos, relámpagos y centellas, marcando el final de la temporada.
Por otro lado, durante este tiempo suele ocurrir un fenómeno conocido como «culebra de agua», reducto de la cosmovisión mesoamericana que la reconoce como una de las manifestaciones del dios Quetzacóatl («serpiente emplumada»), divinidad del símbolo del agua celeste, de las nubes y de la temporada de lluvias, anota Sahagún. Es posible observarla cuando «se extiende en el cielo como un petate», por ello cuando hay tormenta o remolino de lluvia se dice que «salió la culebra de agua», «la serpiente de lluvia».
De laderas fértiles y templadas, Xicochimalco se sustenta en una diversidad de leyendas y creencias entre las que se halla la «serpiente de agua», mas desafortunadamente este recuerdo casi ha desaparecido de la mente de los campesinos xiqueños, muy pocos te pueden hablar de ella. Cuenta el señor Isidro Tepetla que en Xico Viejo hay un sembradío a cuyo lado está un cauce pequeño producto de la caída de «una culebra de agua»; igualmente, el señor Eliseo Vilis dice que cercano al lugar denominado Puente Vieja, existen algunas formaciones que la gente confunde con nacimientos pero en realidad son «culebras de agua». Uno de los ancianos del pueblo narra que en el cerro llamado Acamalin se manifiestan frecuentemente las «culebras de agua», primero se escucha una corriente de agua como si se tratase de un arroyo pero que después, al alzar la vista al cielo se puede observar en éste «una como culebra de agua que se desplaza hacia arriba o, en ocasiones, cae del cielo, o se lanza sobre la tierra pero sin tocarla». «Cordonazo de san Francisco» o rotura de las ollas de Tláloc, no importando cuál te convenza más, lo cierto es que en este mes de octubre con tantas lluvias e inundaciones queda al dedillo la expresión «llueve a cántaros».
A propósito, ¿qué sabes del santo que da nombre a tan singular evento? San Francisco nació en Asís hacia el año 1181 o 1182, de familia acaudalada, tuvo una educación esmerada; de temperamento romántico, soñaba con ser armado caballero y participar en grandes expediciones, así que renunció a sus bienes materiales y se entregó totalmente al servicio de Dios llegando a formar la Orden de Frailes Menores en donde predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. Consagrándose perfectamente a Cristo, se había obligado deliberadamente a seguir las huellas de los Apóstoles para restaurar en la sociedad cristiana la vida evangélica. Después de llevar un verdadero apostolado y prácticamente dar su vida por la religión, falleció el 3 de octubre de 1226. El 19 de julio de 1228 el papa Gregorio IX publicó la canonización del santo y ordenó celebrar su fiesta el 4 de octubre. Se le nombró el santo de los animales, veterinarios y ecologistas porque consideraba a los animales como sus hermanos y era enemigo de que se les maltratase. Se cuentan muchas anécdotas al respecto, como el lobo amansado, los pajarillos que felices escuchaban sus sermones, o su inseparable conejo, de allí que el 4 de octubre esté dedicado a la bendición de los animales.