Sandy Barradas.
Alrededor de las 16:00 horas, miles de visitantes ya se encontraban listos para celebrar junto con los pobladores, y ser participes del desfile y compartir la comida y bebida que abundaba en cada uno de los hogares.
La comunidad de Coyolillo ha conservado su tradición africana y la ha enriquecido con costumbres locales. Este año no fue la excepción; aunque no se trató de una celebración suntuosa, su gente se encargó de poner el ambiente y contagiar a los visitantes con su ritmo y alegría.
Los trajes tradicionales, los gorros hechos con flores de papel y las máscaras de madera, en formas de animales, con cuernos, carneros, toros y venados, fueron parte del gran espectáculo, dejando entrever la influencia de las religiones africanas que se identifica por su culto a los animales.
Propios y extraños, bailaron durante el colorido desfile por el pueblo, a la manera de comparsas; los niños y adultos, corrieron por las polvosas calles, con sus máscaras y tocados multicolores, sin entrar en fatiga o cansancio; para celebrar como sus ancestros, la liberación y la alegría de estar vivos.
Alrededor de las 16:00 horas, miles de visitantes ya se encontraban listos para celebrar junto con los pobladores, y ser participes del desfile y compartir la comida y bebida que abundaba en cada uno de los hogares.
La comunidad de Coyolillo ha conservado su tradición africana y la ha enriquecido con costumbres locales. Este año no fue la excepción; aunque no se trató de una celebración suntuosa, su gente se encargó de poner el ambiente y contagiar a los visitantes con su ritmo y alegría.
Los trajes tradicionales, los gorros hechos con flores de papel y las máscaras de madera, en formas de animales, con cuernos, carneros, toros y venados, fueron parte del gran espectáculo, dejando entrever la influencia de las religiones africanas que se identifica por su culto a los animales.
Propios y extraños, bailaron durante el colorido desfile por el pueblo, a la manera de comparsas; los niños y adultos, corrieron por las polvosas calles, con sus máscaras y tocados multicolores, sin entrar en fatiga o cansancio; para celebrar como sus ancestros, la liberación y la alegría de estar vivos.
Como cada fiesta, las mujeres de Coyolillo ofrecieron sus tradicionales chiles rellenos de picadillo, tortas de calabaza y plátano dulce o aguardiente a todo aquel que deseaba probar los platillos.
Cientos de personas dispersas a través de las calles y casas, disfrutaron de todo lo que la comunidad ofreció, admirados unos, pues hay a quienes parece increíble que los habitantes regalen la comida, tradición única de este lugar y que data desde hace dos siglos.
Los mulatos y mulatas de grandes ojos y risas fáciles, desbordantes de vitalidad, danzaron a ritmo del baile popular o también llamado “bailongo”, que es una forma de expresión corporal-cultural, invitando a todos a participar de su entusiasmo. Los turistas no despreciaron las invitaciones y también bailaron, animados por un trago de aguardiente o una cerveza para el calor.
No pudieron faltar los personajes con la cara tiznada, en sus manos una espada y un látigo, que según los pobladores, significa autoridad y representan a los antiguos capataces esclavistas. Las famosas “corretizas” de los disfrazados fueron el deleite de las mujeres jóvenes, quienes cuentan que es una forma de recordar que los esclavistas trajeron pocas mujeres, lo cual generó la necesidad de buscar compañeras entre las indígenas y mestizas.
Y así, los coyoleños una vez más provocaron buenos momentos a sus visitantes y los hicieron sentir como en casa, reiterándoles una nueva invitación el próximo año para que asistan a su tradicional “negreada”.